Abdelkader EL FARSSAOUI
Mientras algunos normalizan el discurso del odio, yo elijo escribir. En este artículo denuncio cómo Vox ha convertido el extremismo en un proyecto político, atacando al periodismo libre, a la diversidad y a los derechos más básicos. Porque callar no es una opción, y la verdad – aunque incómoda- sigue siendo nuestra mejor defensa.
En una España donde el ruido populista ocupa cada vez más espacio y la
mentira política se lanza con la ligereza de bolas de nieve, el partido de ultraderecha Vox destaca como uno de esos actores que no toleran ninguna voz que desafine en su partitura de odio. Para ellos, los periodistas no son guardianes de la verdad, sino adversarios a silenciar si se desvían del guion del aplauso ciego.
El caso de la periodista y presentadora Marta Garaulet en la emisora pública IB3 lo dice todo. Su “error” fue ejercer su labor con honestidad: desmentir en directo a un diputado de Vox, Sergio Rodríguez, que pretendía reducir las listas de espera para acceder a vivienda social a mujeres con HIYAB, velo y hombres con túnica o turbantes. Marta se atrevió a decir lo evidente: que en esas colas hay toda una España. Gente
con historias distintas, heridas compartidas y un mismo deseo de dignidad.
Pero para Vox, eso no es periodismo: es “militancia”, “falta de neutralidad”. No quieren una prensa que mire por la ventana y diga si llueve. Prefieren una que baje la cabeza y repita sin cuestionar.
Este episodio no es una excepción: es una muestra más del largo historial de hostilidad de Vox hacia el periodismo libre. No han disimulado nunca su desprecio hacia los medios que no orbitan en su universo. Han calificado a periodistas de “mercenarios” y han amenazado con cerrar canales públicos por supuestamente difundir la agenda de la “izquierda globalista”. Su sueño húmedo: una España con un solo relato,
un solo discurso, y ni una grieta por donde se filtre el pensamiento crítico.
Y no se detienen en los medios. Su guerra es cultural. Atacan a la escuela, a la universidad, al teatro, a los museos. Les incomoda toda enseñanza que hable de igualdad, diversidad o derechos. Algunos de sus diputados han propuesto borrar cualquier referencia al concepto de “género” de los programas escolares. Y han cargado contra festivales y expresiones artísticas por considerarlas “antiespañolas”.
En el terreno migratorio, Vox ha convertido el miedo en combustible. Repite sin cesar las mismas consignas: “invasión”, “islamización”, “los inmigrantes nos roban”. Lo hace sabiendo que la realidad va en dirección
opuesta: los migrantes sostienen buena parte de la economía española, ocupan trabajos que otros no quieren, pagan impuestos y llenan aulas y barrios con vida. Pero para Vox, el inmigrante es culpable por defecto. Y si se demuestra su inocencia, aún les queda la sospecha.
Tampoco es menor que sea el único partido del Congreso que niega la existencia de la violencia de género. La llama “mito feminista”, pese a que los datos son insoportables: decenas de mujeres asesinadas cada año por sus parejas incluso parejas de Vox, miles de denuncias, cientos de miles de víctimas de violencia psicológica, económica o física. Negar esta realidad no es una opinión: es una traición a las víctimas.
Vox no está librando una batalla política. Está librando una ofensiva
ideológica contra todo lo que construyó la España democrática tras la dictadura franquista. No quiere reformar el presente: quiere devolvernos al pasado. A un país uniforme, autoritario, monocorde. Sin disidencia, sin matices, sin libertad.
¿Y después de todo esto, nos atreveríamos a culpar a Marta Garaulet por corregir una mentira en directo? No. La culpa es de quienes callan, de quienes blanquean este fanatismo bajo el disfraz de la libertad de expresión.
La verdad puede estar desnuda, pero jamás se avergüenza. Y el periodismo libre sigue siendo el último muro frente al avance de las sombras. Por eso, cada voz libre, cada pluma, cada palabra que se atreve a decir lo que es justo, se convierte en un acto de resistencia.
Porque en nuestras sociedades no puede haber lugar para el odio. Y en una democracia real, no puede haber futuro para Vox.