Marruecos, tierra de convivencia: ¿por qué negamos a los africanos cristianos su derecho a la oración?
Abdelkader EL FARSSAOUI
En las últimas semanas, varias ciudades marroquíes han sido testigos de un fenómeno que ha despertado tanto preocupación como controversia. En barrios como Hay Hassani, en Casablanca, numerosos residentes han expresado su descontento por la proliferación de iglesias no autorizadas dentro de garajes residenciales, donde decenas de cristianos africanos se reúnen para practicar su fe en condiciones que distan mucho de ser dignas o seguras.
Los vecinos denuncian el ruido de los
altavoces, , mientras que las autoridades parecen actuar con tibieza ante una realidad que crece día tras día. Pero más allá de la indignación y las quejas, la cuestión fundamental sigue sin abordarse: ¿por qué estos fieles se ven obligados a rezar en la clandestinidad? ¿Por qué no cuentan con lugares de culto regulados que respeten tanto su derecho a la libertad religiosa como la seguridad de todos?
Marruecos, cuna histórica de la convivencia y el pluralismo religioso, es un país donde las mezquitas comparten el paisaje con iglesias y sinagogas. No es casualidad que aquí los judíos siempre hayan encontrado un refugio seguro, que las iglesias europeas funcionen sin restricciones y que las cofradías sufíes coexistan con las escuelas coránicas. Sin embargo, cuando se trata de los cristianos africanos, el panorama cambia por completo.
¿Por qué los europeos pueden practicar su fe libremente en Marruecos, pero los africanos cristianos son relegados a la sombra, escondidos en garajes sin ventilación ni medidas de seguridad? ¿Acaso la fe se mide por el color de la piel o el estatus económico?
Transformar garajes en iglesias improvisadas no beneficia a nadie. Es una solución desesperada que pone en riesgo tanto a los fieles como a los residentes. ¿Alguien ha pensado en lo que sucedería si estallara un incendio en uno de estos espacios cerrados y abarrotados? ¿Y si un grupo extremista decidiera atacarlos? ¿Seríamos testigos de una tragedia antes de reaccionar?
Este tipo de desastres no son meras hipótesis, han ocurrido en otros países. En Egipto, en 2016, un cortocircuito en una iglesia no autorizada dejó decenas de muertos, sin posibilidad de escape. En Nigeria, en 2013, el techo de una iglesia clandestina colapsó sobre los fieles, atrapándolos bajo los escombros. En Ghana, en 2020, una estampida en un templo improvisado causó la muerte de varias personas por asfixia.
¿Estamos esperando que algo similar ocurra en Marruecos para actuar?
El problema no es que los cristianos africanos recen, sino que no tienen un lugar adecuado para hacerlo. La solución no está en la prohibición ni en la indiferencia, sino en la regulación.
Marruecos tiene la oportunidad de demostrar que su apertura y tolerancia no son solo eslóganes, sino principios sólidos que incluyen a todos, sin discriminación.
Si en Europa se respetan los derechos religiosos de los marroquíes, permitiéndoles construir mezquitas y centros islámicos, ¿por qué en Marruecos no podemos hacer lo mismo con los cristianos africanos? ¿Nos estamos convirtiendo en el reflejo de la hipocresía europea que clasifica a los inmigrantes según su riqueza? El árabe pobre es un moro y un don nadie, mientras que el árabe millonario es un “jeque”.
Marruecos no puede permitirse caer en esa contradicción. Si es la cuna de la tolerancia y el pluralismo, debe demostrarlo con hechos. Una solución viable sería establecer acuerdos con las embajadas africanas para garantizar espacios de culto regulados y seguros, como lo hace Turquía en Europa con sus
mezquitas. El gobierno turco no deja a su diáspora librada a su suerte: construye sus mezquitas, financia a los imanes y garantiza un marco seguro para la práctica religiosa. Marruecos podría seguir este modelo, colaborando con los países africanos para gestionar lugares de oración adecuados para sus ciudadanos.
Pero el problema va más allá de las iglesias clandestinas. La verdadera cuestión es el lugar que ocupan los migrantes africanos en la sociedad marroquí. No basta con tolerarlos; es necesario integrarlos. Marruecos debe trabajar seriamente y sin demora en programas de integración social, laboral y educativa, para que estos hombres y mujeres no sean vistos como extranjeros eternos, sino como parte del tejido social de la nación.
No podemos seguir pretendiendo que la diversidad es un valor solo cuando nos conviene. La convivencia no debe ser un privilegio reservado a unos pocos, sino un derecho para todos. Si Marruecos quiere ser un modelo de tolerancia en África, debe empezar por demostrarlo dentro de sus propias fronteras.