Abdelkader EL FARSSAOUI
No es extraño que Donald Trump se invente una batalla; lo extraño sería que pasara una semana sin encender alguna. Esta vez, alzó la bandera de la “seguridad nacional” para declarar la guerra a la Universidad de Harvard, impidiéndole aceptar a estudiantes extranjeros con el pretexto de que promueve la violencia, el antisemitismo y colabora en secreto con el Partido Comunista Chino. Así, sin más, la universidad más prestigiosa de la historia moderna se convierte —a ojos de Trump— en una célula terrorista, simplemente por negarse a ceder ante sus caprichos políticos.
Y no es un secreto que en el corazón de esta decisión injusta están cientos de estudiantes árabes y marroquíes que un día soñaron con que Estados Unidos les abriría las puertas del conocimiento, no que se las cerraría con pretextos vacíos. Estudiantes marroquíes que han brillado y siguen brillando en campos como la medicina, las matemáticas o la inteligencia artificial, hoy se ven amenazados de expulsión, no por lo que hacen, sino por el pasaporte que llevan o porque sus nombres no se escriben en inglés.
¿Acaso Trump ignora que entre esos estudiantes hay quienes cargan con sueños sin fronteras, y otros que siguen los pasos de grandes científicos marroquíes que demostraron su excelencia en las universidades más renombradas de EE. UU.? ¿Ha olvidado que el marroquí Rachid Yazami, quien contribuyó al desarrollo de la batería de litio, no llegó a América a escondidas, sino con su ciencia? ¿Y que, como él, muchos otros elevaron el nombre de Marruecos y del mundo árabe en los laboratorios de California, Boston o Nueva Jersey?
Pero claro… hablamos del mismo presidente que tachó a los medios de “enemigos del pueblo”, y que trató a los científicos que lo contradecían durante la pandemia como molestos sin más. El mismo que menospreció las mascarillas, propuso inyecciones con desinfectante y se burló del cambio climático, para luego volver a gobernar la nación más poderosa del mundo como si tuiteara desde el sofá.
Lo que hace hoy Trump no es solo hostilidad hacia Harvard, sino hacia la propia idea de universidad: ese espacio libre, independiente y abierto a mentes de todos los rincones del planeta. Pero Trump no tolera la “mente disidente”, ni acepta que la ciencia no vota, no aplaude, y menos aún se arrodilla.
Harvard no cometió otro error que el de negarse a convertirse en una tribuna de propaganda electoral. Y sus estudiantes extranjeros —entre ellos marroquíes— no tienen otra culpa que querer aprender, no espiar; querer crear, no obedecer.
Trump no busca solo un muro físico con México, sino también un muro cultural con el resto del mundo. Y hoy, su mensaje llega claro a cada investigador árabe, africano o asiático: “No hay sitio para ti aquí”.
Pero tal vez debamos recordarle, que los marroquíes y los árabes, que la América que conocimos fue la que acogió nuestras mentes cuando nuestros países nos apretaban el alma. Que no somos huéspedes incómodos, sino socios en la construcción del conocimiento. Y quien no valora las mentes, no merece sus frutos.
Parece que Trump ha leído la historia al revés. Las universidades no se cierran, las ideas no se encarcelan. Podrá congelar ayudas, intimidar instituciones, bloquear visados… pero jamás logrará apagar la pasión de un joven marroquí que, en una fría madrugada de Rabat, sueña con ser científico en Harvard.
Y ese sueño… ningún decreto político puede apagarlo.