Abdelkader EL FARSSAOUI
En un rincón del mundo, donde los límites entre la razón y la locura se difuminan en un vibrante torbellino de ideologías, se congregaron dos figuras cuyo discurso avivó el calor de una inflamable alianza: Javier Milei y Santiago Abascal. Estos dos titanes de la extrema derecha, unidos en un escenario de fervor y visceralidad, demostraron que cuando el hambre de poder se encuentra con las ganas de imponer su visión del mundo, el resultado es una tormenta sin freno ni medida.
Buenos Aires se convirtió en el telón de fondo de esta farsa, donde Milei, con la vehemencia de un predicador enardecido, insistió en la necesidad imperiosa de una unión de fuerzas. “No nos podemos dar el lujo de la dispersión y las peleas intestinas”, proclamó, como si de una batalla final se tratara, donde los enemigos invisibles se presentan bajo la forma de una izquierda global que, según él, ha tejido una tela de araña tan densa que hasta la esencia misma de la existencia se cuestiona.
En medio del estruendo de las promesas y advertencias, Santiago Abascal, líder de Vox, se alzó con un discurso igualmente feroz. Su rechazo a cualquier tipo de apoyo al Partido Popular a menos que cambiara su postura migratoria reflejó una postura que no admite matices. El líder español arremetió contra una supuesta “inmigración de países que no tienen nada que ver con nuestra manera de vivir”, un clamor de pureza cultural que desborda el sentido común y el respeto hacia la pluralidad.
La escena de esta alabanza mutua entre Milei y Abascal se desarrolló como una danza macabra donde ambos actores elogiaron la valentía de sus discursos, reafirmando su determinación de construir un frente unido contra lo que consideran la opresión de la izquierda. La retórica de ambos hombres, cargada de referencias a tiranos y dictaduras, evoca un panorama apocalíptico donde cualquier divergencia de su visión se convierte en traición.
En este grandioso acto de convergencia ideológica, la libertad de expresión y el concepto de democracia se vuelven meros instrumentos para un espectáculo en el que el antagonismo se erige como el único principio válido. Abascal, en su ardorosa crítica al presidente Pedro Sánchez y a las élites, pinta un cuadro de decadencia que, según él, solo puede ser salvado por una unidad de la derecha que no concede lugar a disidencias.
Milei y Abascal, en su fervor por una causa que parece tanto una cruzada como una carrera para ver quién ofrece la postura más radical, muestran cómo el hambre de poder y las ganas de imponer un orden pueden transformar incluso la política en un teatro del absurdo. En su fusión de discursos incendiarios y promesas de unidad, la derecha extrema se revela en toda su complejidad: una mezcla de desesperación y determinación que, como.